7/4/09

*** XV ***

El tercer gintónic cae sin que me de cuenta. Debo haber dormido unas cinco horas. El silencio se volvió tan insoportable que me desperté con taquicardia. En el celular no había ningún mensaje, de nadie. Sólo una invitación a jugar una partida que deseché. Spam.

En la calle pasa un auto cada tanto. Dos patrulleros, hasta ahora. El gintónic y la paranoia, un maridaje perfecto que me acompaña desde hace veinte años; mínimo. Dormir es una pérdida de tiempo: la cabeza no para nunca. Una vez que pusiste PLAY, dormir puede ser una pausa, en el mejor de los casos, pero nada más. Te despertás y sigue todo ahí.
Vuelvo a masturbarme con un video-streaming. Una mujer embarazada con mucha habilidad para sacar fínisimos chorros de leche de sus tetas desnudas. Hinchadas.
Mastrubarse es mejor que comer, mientras no te de más hambre.

El gin se acaba y la tónica también. Google es una mierda, no tengo idea de cuanta plata tiré esta tarde, un estómago como el mío no debería nunca tener tanto alcohol y tan poca comida. Podría morir.

Son las tres de la mañana y me río solo, como los idiotas.

1/4/09

*** XIV *** [hay alguien allí?]

Después de bañarme lucho contra el sueño, dormir es una pérdida de tiempo. Googleo mi propio nombre, como lo hice alguna otra vez. Pero ahora no me busco a mí sino al otro DellaMata, el muerto. El Otro Yo.

No hay fotos ni ningún otro dato. A un costado de la pantalla hay un aviso. Por cien pesos se pueden obtener “todos los datos que existan” de cualquier habitante de la Argentina. Simple, seguro y legal. Está bien, pienso y clickeo el anuncio.

*** XIII ***

Mil imágenes me cruzan la mente en el camino de vuelta: el muerto con mi nombre y su extraño pero notable parecido a una versión no-obesa del verdadero Federico DellaMata; una chica policía, morocha, y descuidada no puede nunca que la tenga dura tanto tiempo; el bigote corrupto del comisario y la barba entrecana del forense.
El río, el tigre, los barcos y los muertos flotando.

Mi trabajo no queda en el camino Comisaría de Avellaneda – Casa. Pero no importa. Decido pasar una hora en departamento que está a dos puertas del bar donde almuerzo mi medialuna con jamón y queso y la leche chocolatada de un litro.
Una vez ahí elijo entre las pocas chicas libres en una calurosa tarde de sábado que me hace sudar como un cerdo. Como siempre. Elijo la morocha más descuidada: me la chupa con cuidado y se gana un par de billetes de propina.

Laura me escribe un mensaje de texto. Está bien, nada más.

Una vez en casa me doy un baño de inmersión en la gigantesca bañera que hicimos instalar el año pasado. El vapor me quita el poco de hambre que queda dando vueltas después de acabarle en la cara a una desconocida poco agraciada.