25/2/09

*** I ***

Todas las tardes me inflo de culpa.
Alrededor de las tres cierro la puerta de la oficina con llave y saludo a mi secretaria. Tomo el ascensor, casi siempre vacío a esa hora. Tanteo con la punta de los dedos el celular en el bolsillo.
Camino sólo media cuadra, el mozo me conoce y sabe que siempre estoy apurado, me alcanza la medialuna con jamón y queso, apenas tibia, gigante. A menos que le indique lo contrario me alcanza un cartón de leche chocolatada, de un litro. No me habla ni me cobra, todos los viernes saldo mi deuda y le dejo una generosa propina en la caja.
Me desplomo en la silla de metal y juego al póquer por Internet con el celular, nunca menos de cuarenta minutos. Soy bastante bueno.

Una vez cada dos semanas gasto lo que hice jugando en el departamento que queda a dos puertas del bar. No es que necesite cuidar los gastos, pero me ayuda a mantenerme organizado.

Vuelvo a la oficina mientras el ascensor sigue vacío. Busco dónde dejé la ensalada que me preparó Laura para ese día y la tiro a la basura, me siento frente al escritorio y vuelvo a desenfundar el celular.
Juego al póquer hasta que se haga la hora de salir, en un estado de semi-conciencia, moviendo sólo los gordos dedos gordos.

The game is Texas hold ’em
Blind $10
I check
I rise $50
I call
All in
YOU WIN!

Laura dice que va a pilates de tres a cinco.
También, todos los días.

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