2/3/09

*** IV ***

Laura me espera mirando un noticiero. El televisor dispara imágenes sanguinolientas, un camión cargado de autopartes volcó, cayó de una curva en la autopista sobre una plaza. No parece cierto.
Laura se ríe.
Dice que en quince minutos va a llegar el sushi que encargó para los dos. Que le fue bien en pilates y que el fin de semana va a ir a un retiro con Sandra. Es un tratamiento de belleza intensivo en un spa de Pilar.

Fortunas.

Me pongo el pijama, y dejo el celular en el cajón de la mesa de luz. Nunca juego en casa.
No es para jugar

Comemos en silencio, a la luz de un par de velas. Dominamos la técnica de los palitos desde hace muchos años. Ya lo hacía para impresionarla, hace casi veinte años, cuando ella tenía otros tantos. Imagino la medialuna con jamón y queso que me comí a la tarde. La imagino reunirse en mi estómago con los delicados trozos de salmón. Los imagino acompañados de un duende de la culpa que los infla, que me hincha. Me imagino todo esto y pierdo el apetito por primera vez en mucho tiempo. Pienso que mañana es sábado, Laura me explica que la pasan a buscar temprano, pienso que no voy a tener que buscar el momento y el lugar de comer a escondidas y se me ocurre que quizás no lo haga, cuánto me gustaría ser alguien, ser otro, ser hombre. Descansar, desinflarme, volver a empezar.

Una vez en la cama nos abrazamos unos segundos, después nos acostamos para dormir y quedo mirando la pared. Las puertas del placard. Dentro del cajón vibra el celular, debe ser una llamada. Creo que Laura está despierta, pero no me dice nada. Después volvemos al silencio.

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