2/3/09

*** V ***

El marido de Sandra es un muchacho de treinta años. Hace poco nos invitaron a comer un asado y yo inventé alguna excusa para no ir, pero después le mandaron a Laura las fotos por mail y lo pude ver. Me gustaría no revisarle la casilla a Laura. Me gustaría tantas cosas.
Sandra y su marido tocaron bocina a las ocho de la mañana, él las llevó a Pilar, mañana vuelven en remís.

Dormí hasta las dos de la tarde, pasa siempre que no tengo nada para hacer. Cuando vuelvo del baño, busco el celular dentro del cajón: esperando una noticia, algo del trabajo, lo que sea. Figura la llamada perdida de la noche anterior, un número que no aparece en la agenda. Averiguar quién pudo ser, es algo para hacer.
Es mejor que nada.

Ya en el estudio, vestido todavía con el pijama y con un cartón de jugo de uva sobre el escritorio, transcribo el número de teléfono.
Hay un único resultado en páginas de Argentina, y no me gusta nada.
Es de una comisaría en Avellaneda.

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