11/3/09

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El comisario tiene un bigote tupido y quiero decirle que es demasiado obvio, pero no le digo nada. Él me cuenta que encontraron a un hombre muerto. El muerto tenía una billetera, y allí adentro un documento. Tenía mi documento, con mi número y nombre, pero con su foto. El del bigote y un forense pelado me llevan a la morgue. De una de las puertitas sacan la camilla de metal y me muestran.
Me muestran a mi mismo, a mi otro yo, al otro Federico DellaMata: era un hombre fuerte, grande, de mi edad, con el mismo color de pelo y de ojos.

En una esquina encuentro el tacho de basura y vomito lo poco que había desayunado. Siento que me puedo desmayar, pero no. El del bigote no para de hablar: nadie reclamó el cuerpo ni lo denunció desaparecido; estaba flotando en el río con el cuello roto.

Todo mi peso sobre una frágil silla de plástico la hace temblar, el aire de la morgue se volvió irrespirable. El forense cree que murió minutos antes de que lo tiraran al agua, quizás en un barco. Un policía joven, quizas un cabo, que no vi entrar, me ofrece una barra de cereal.
La devoro sin escuchar nada más.

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