27/1/10

[Paréntesis #01]

Si usted escribe en google la frase:

"policias chupando pijas"

y hace click en "buscar", este blog será la sugerencia número 8 que le haga el buscador por su compatibilidad con dicho criterio de búsqueda.
Bastante preciso...

7/4/09

*** XV ***

El tercer gintónic cae sin que me de cuenta. Debo haber dormido unas cinco horas. El silencio se volvió tan insoportable que me desperté con taquicardia. En el celular no había ningún mensaje, de nadie. Sólo una invitación a jugar una partida que deseché. Spam.

En la calle pasa un auto cada tanto. Dos patrulleros, hasta ahora. El gintónic y la paranoia, un maridaje perfecto que me acompaña desde hace veinte años; mínimo. Dormir es una pérdida de tiempo: la cabeza no para nunca. Una vez que pusiste PLAY, dormir puede ser una pausa, en el mejor de los casos, pero nada más. Te despertás y sigue todo ahí.
Vuelvo a masturbarme con un video-streaming. Una mujer embarazada con mucha habilidad para sacar fínisimos chorros de leche de sus tetas desnudas. Hinchadas.
Mastrubarse es mejor que comer, mientras no te de más hambre.

El gin se acaba y la tónica también. Google es una mierda, no tengo idea de cuanta plata tiré esta tarde, un estómago como el mío no debería nunca tener tanto alcohol y tan poca comida. Podría morir.

Son las tres de la mañana y me río solo, como los idiotas.

1/4/09

*** XIV *** [hay alguien allí?]

Después de bañarme lucho contra el sueño, dormir es una pérdida de tiempo. Googleo mi propio nombre, como lo hice alguna otra vez. Pero ahora no me busco a mí sino al otro DellaMata, el muerto. El Otro Yo.

No hay fotos ni ningún otro dato. A un costado de la pantalla hay un aviso. Por cien pesos se pueden obtener “todos los datos que existan” de cualquier habitante de la Argentina. Simple, seguro y legal. Está bien, pienso y clickeo el anuncio.

*** XIII ***

Mil imágenes me cruzan la mente en el camino de vuelta: el muerto con mi nombre y su extraño pero notable parecido a una versión no-obesa del verdadero Federico DellaMata; una chica policía, morocha, y descuidada no puede nunca que la tenga dura tanto tiempo; el bigote corrupto del comisario y la barba entrecana del forense.
El río, el tigre, los barcos y los muertos flotando.

Mi trabajo no queda en el camino Comisaría de Avellaneda – Casa. Pero no importa. Decido pasar una hora en departamento que está a dos puertas del bar donde almuerzo mi medialuna con jamón y queso y la leche chocolatada de un litro.
Una vez ahí elijo entre las pocas chicas libres en una calurosa tarde de sábado que me hace sudar como un cerdo. Como siempre. Elijo la morocha más descuidada: me la chupa con cuidado y se gana un par de billetes de propina.

Laura me escribe un mensaje de texto. Está bien, nada más.

Una vez en casa me doy un baño de inmersión en la gigantesca bañera que hicimos instalar el año pasado. El vapor me quita el poco de hambre que queda dando vueltas después de acabarle en la cara a una desconocida poco agraciada.

16/3/09

*** XII ***

Se me ocurrió tantear la vena, a la altura del párpado. El ojo no late. No está hinchada.
Por cincuenta pesos el cabo deja de hablar por un rato y contesta mis preguntas. Aparentemente el muerto que tenía mi documento, el otro Federico DellaMata, trabajaba en un sindicato. Trabajaba en un sindicato, era patotero, antes de ser Federico DellaMata. Después desapareció durante los últimos tres años. Un banco de nombres, un banco de alias en realidad, hizo saltar mi nombre, nuestro nombre a esta altura. Aparentemente el otro Federico DellaMata podría ser un traficante de electrónica y/o gerente de un prostíbulo de Almagro.
Por cien pesos más el cabo me promete que cuando sepa algo más me va a llamar para contarme.

Me pregunto si por cien pesos más la chica policía, la morocha muy descuidada, me chuparía la pija atrás del escritorio.

Antes de irme y después de firmar mi declaración le pido al forense que me mande algunas fotos del muerto. Me sale otros cien pesos, pero lo va a hacer de buena gana, dice.

Una vez en el auto, recién emprendiendo el largo camino de regreso, siento que la tengo más dura que nunca. La vena no está hinchada y no tengo hambre. Paro en un kiosco para comprar un gatorade de manzana.

11/3/09

*** XI ***

El aire fresco de la vereda me recupera, el cigarro me termina de revivir.
El cabo sigue hablando, no para, enseguida noto que me trata de convencer de algo. Quiere que vuelva a entrar a la seccional y firme una declaración.

– Donde usted declara que está vivo.

Estos bonaerenses son geniales. No puedo creer que me haya convencido de manejar hasta Avellaneda.
Mi vida no es nada.
Me río y levanto la vista.

– Donde declara que usted no conoce al otro con su nombre. Mientras un perito revisa su documento.

Le digo al cabo que se calle, que me de un segundo y que voy a firmar lo que quieran.
Lo invito a sentarse a mi lado en el banco pero me dice que no puede. Le pregunto si sabe algo más del muerto y me dice que no puede. Y vuelve a entrar.

Busco el celular en el bolsillo y juego algunas manos de póker por Internet, hasta que el sabor del cigarro me aburre, y yo también vuelvo a entrar.

*** X ***

El comisario tiene un bigote tupido y quiero decirle que es demasiado obvio, pero no le digo nada. Él me cuenta que encontraron a un hombre muerto. El muerto tenía una billetera, y allí adentro un documento. Tenía mi documento, con mi número y nombre, pero con su foto. El del bigote y un forense pelado me llevan a la morgue. De una de las puertitas sacan la camilla de metal y me muestran.
Me muestran a mi mismo, a mi otro yo, al otro Federico DellaMata: era un hombre fuerte, grande, de mi edad, con el mismo color de pelo y de ojos.

En una esquina encuentro el tacho de basura y vomito lo poco que había desayunado. Siento que me puedo desmayar, pero no. El del bigote no para de hablar: nadie reclamó el cuerpo ni lo denunció desaparecido; estaba flotando en el río con el cuello roto.

Todo mi peso sobre una frágil silla de plástico la hace temblar, el aire de la morgue se volvió irrespirable. El forense cree que murió minutos antes de que lo tiraran al agua, quizás en un barco. Un policía joven, quizas un cabo, que no vi entrar, me ofrece una barra de cereal.
La devoro sin escuchar nada más.

6/3/09

*** IX ***

– Federico DellaMata
– Un segundo por favor.
– Cómo no.

La chica policía es una morocha muy descuidada. Así y todo no me cuesta nada imaginarla chupando pijas atrás del escritorio. 
Otra vez la tengo dura.

– Acompáñeme por favor.
– Cómo no.

Tendría que hacerme puto. Dicen que hay todo un mercado para los gordos peludos que la tienen siempre dura.

– Federico DellaMata
– Tome asiento, por favor..
– Cómo no.

*** VIII ***

Dentro del placard abro la caja de seguridad, saco el DNI y el pasaporte, por las dudas. Si voy a acreditar mi identidad lo voy a hacer bien. En los dos está la misma foto, de hace unos quince años. Tenía barba y cuarenta kilos menos. Fumaba muchísimo. Detrás de los documentos y al lado de una pila de dólares está la caja de cigarros cubanos que traje de Miami.
Me siento fuerte, no tengo hambre (todavía) y puedo respirar que es un día especial, que lo tengo que aprovechar. Para bien o para mal, se siente como un buen día para fumar.

Salgo a la calle con el cigarro encendido entre los dientes y otro en el bolsillo del saco, el sol me hace transpirar apenas en un instante. Me seco la frente con un pañuelo y sonrío.
En la casa de al lado puedo ver (no VER, pero puedo sentirlo, sé que está ahí) al chiquito que me espía desde la terraza.
Escupo en su vereda y me subo al auto

*** VII ***

Es la voz de un hombre amable, joven, apenas un muchacho con un arma en el cinturón. Me trata de explicar con paciencia, me trata de decir lo que sabe, y sabe que no es suficiente.

– Va a tener que acercarse, es sólo un trámite.
– Pero, no entiendo.
– Usted es Federico DellaMata.
– Correcto.
– Sucede que Federico DellaMata murió recientemente, lo encontraron en el Tigre ayer a la tarde, usted sólo tiene que venir con su documento, declarar. Es sólo un trámite.

El muchacho armado sonaba poco convencido, me lo volvió a explicar por una última vez y accedí a presentarme a declarar. Mitad para no seguir escuchando el pobre argumento de alguien que no sabe ni lo que dice.

Estoy intrigado.

¿Habré muerto sin darme cuenta? Me pregunto mientras elijo una corbata: me río solo otra vez.

*** VI ***

La muerte lenta es un monstruo grande y pisa fuerte.
Me río solo.

En el patio tengo señal de Internet inalámbrica, sin problemas. No juego nunca dentro de la casa, es como cuando fumaba. Con la otra mano sostengo un botellón de tres litros de jugo de naranja. Tomo un sorbo por cada mano.
En la terraza del vecino algo se mueve. Ni me molesto en alzar la vista, pero estoy casi seguro de que se trata de un niño. Su mirada escondida me perturba, como todas las miradas y como todos los niños.
Ellos todavía no saben que ya se están muriendo, que la muerte lenta ya se los comió y los está digiriendo, que nada tiene sentido, que no tienen futuro. Que ya no habrá otras generaciones, ellos nunca tendrán hijos, o no los verán sobrevivir.
Nadie puede sobrevivir. No hay futuro posible.

En la pantalla del celular desaparecen las cartas, un hermoso par de ases que finalmente me tocó. Se me puso dura pensando en como gastar lo que todavía no gané, en un segundo. Los dos hermosos ases desaparecen: llamada entrante, numero desconocido.
Es el mismo número de la llamada perdida, de la noche anterior.

2/3/09

*** V ***

El marido de Sandra es un muchacho de treinta años. Hace poco nos invitaron a comer un asado y yo inventé alguna excusa para no ir, pero después le mandaron a Laura las fotos por mail y lo pude ver. Me gustaría no revisarle la casilla a Laura. Me gustaría tantas cosas.
Sandra y su marido tocaron bocina a las ocho de la mañana, él las llevó a Pilar, mañana vuelven en remís.

Dormí hasta las dos de la tarde, pasa siempre que no tengo nada para hacer. Cuando vuelvo del baño, busco el celular dentro del cajón: esperando una noticia, algo del trabajo, lo que sea. Figura la llamada perdida de la noche anterior, un número que no aparece en la agenda. Averiguar quién pudo ser, es algo para hacer.
Es mejor que nada.

Ya en el estudio, vestido todavía con el pijama y con un cartón de jugo de uva sobre el escritorio, transcribo el número de teléfono.
Hay un único resultado en páginas de Argentina, y no me gusta nada.
Es de una comisaría en Avellaneda.

*** IV ***

Laura me espera mirando un noticiero. El televisor dispara imágenes sanguinolientas, un camión cargado de autopartes volcó, cayó de una curva en la autopista sobre una plaza. No parece cierto.
Laura se ríe.
Dice que en quince minutos va a llegar el sushi que encargó para los dos. Que le fue bien en pilates y que el fin de semana va a ir a un retiro con Sandra. Es un tratamiento de belleza intensivo en un spa de Pilar.

Fortunas.

Me pongo el pijama, y dejo el celular en el cajón de la mesa de luz. Nunca juego en casa.
No es para jugar

Comemos en silencio, a la luz de un par de velas. Dominamos la técnica de los palitos desde hace muchos años. Ya lo hacía para impresionarla, hace casi veinte años, cuando ella tenía otros tantos. Imagino la medialuna con jamón y queso que me comí a la tarde. La imagino reunirse en mi estómago con los delicados trozos de salmón. Los imagino acompañados de un duende de la culpa que los infla, que me hincha. Me imagino todo esto y pierdo el apetito por primera vez en mucho tiempo. Pienso que mañana es sábado, Laura me explica que la pasan a buscar temprano, pienso que no voy a tener que buscar el momento y el lugar de comer a escondidas y se me ocurre que quizás no lo haga, cuánto me gustaría ser alguien, ser otro, ser hombre. Descansar, desinflarme, volver a empezar.

Una vez en la cama nos abrazamos unos segundos, después nos acostamos para dormir y quedo mirando la pared. Las puertas del placard. Dentro del cajón vibra el celular, debe ser una llamada. Creo que Laura está despierta, pero no me dice nada. Después volvemos al silencio.

26/2/09

*** III ***

The game is Texas hold ’em
Blind $100
I check
I rise $150
I bet some clothes for $450

El strip-póquer es el peor negocio. Sale lo mismo que el común, pero no ganás plata sino las fotos de alguna modelo desnuda. Por algunos dólares más puede haber un video. Hace dos días que estoy jugando para desbloquear las fotos de una rubia infernal. Vestida con un buzo antiflama; una rubia de carreras.

Una enfermedad.

*** II ***

Tengo una vena, a la altura del párpado. Casi todos los días se me hincha, un rato, a veces sólo algunos segundos. Se hincha y siento que el ojo me late, que en cualquier momento puede explotar. Imagino el ojo rojo, hinchado, a punto de explotar. El humor vítreo salpicado sobre la pantalla del celular.
Si voy al departamento que está a dos puertas del bar, si voy un viernes, el fin de semana siguiente no siento nada, el ojo se me relaja y hasta se me mejora la vista. Pero el lunes otra vez empiezo pensando. Empiezo la semana pensando en todo lo que me gustaría hacer, todo lo que quiero dejar para siempre de una sola vez. Lo que haría si fuera valiente. Tampoco un superhéroe, un poco valiente. Un poco hombre. Verme tan lejos de todos esos planes de una vida mejor, sin mentiras, estúpida esperanza de tonta felicidad.
Tonta.

Verme tan lejos me da asco. Lejos de ser un hombre.

Suena el celular. Hace algunos años era una linda chica del interior que necesitaba plata para pagar sus estudios. Rechazo la oportunidad de verla de nuevo. Aunque le termine pagando, prefiero no ver a nadie. Que nadie me vea.

Me acuerdo muy bien de cómo se movía. Muy bien. Se me puso dura, antes de salir voy a masturbarme en el baño del segundo piso.

25/2/09

*** I ***

Todas las tardes me inflo de culpa.
Alrededor de las tres cierro la puerta de la oficina con llave y saludo a mi secretaria. Tomo el ascensor, casi siempre vacío a esa hora. Tanteo con la punta de los dedos el celular en el bolsillo.
Camino sólo media cuadra, el mozo me conoce y sabe que siempre estoy apurado, me alcanza la medialuna con jamón y queso, apenas tibia, gigante. A menos que le indique lo contrario me alcanza un cartón de leche chocolatada, de un litro. No me habla ni me cobra, todos los viernes saldo mi deuda y le dejo una generosa propina en la caja.
Me desplomo en la silla de metal y juego al póquer por Internet con el celular, nunca menos de cuarenta minutos. Soy bastante bueno.

Una vez cada dos semanas gasto lo que hice jugando en el departamento que queda a dos puertas del bar. No es que necesite cuidar los gastos, pero me ayuda a mantenerme organizado.

Vuelvo a la oficina mientras el ascensor sigue vacío. Busco dónde dejé la ensalada que me preparó Laura para ese día y la tiro a la basura, me siento frente al escritorio y vuelvo a desenfundar el celular.
Juego al póquer hasta que se haga la hora de salir, en un estado de semi-conciencia, moviendo sólo los gordos dedos gordos.

The game is Texas hold ’em
Blind $10
I check
I rise $50
I call
All in
YOU WIN!

Laura dice que va a pilates de tres a cinco.
También, todos los días.

1. La eterna digestión del monstruo de la muerte lenta